Ocurrió un día, hace años. En ese tiempo estaba pateando latas, y trataba de sobrevivir aceptando cada vez que podía algún cachuelito por aquí y por allá. Uno de esos encarguitos que acepté en ese tiempo consistía en hacer cierta investigación en diferentes empresas, tanto privadas como estatales.
En una de tales empresas, me indicaron que la información que buscaba estaba en uno de sus locales, ubicado en el centro de la ciudad, en una calle de edificios centenarios, a donde llegué tras concertar por teléfono una entrevista. Al llegar, después de identificarme y esperar media hora, logré el permiso de acceso. El vigilante de la entrada, con la actitud desconfiada propia de su cargo, me indicó el piso y me dio unas indicaciones enrevesadas para llegar a mi destino. Como era de esperarse, cuando salí del ascensor ya había olvidado las indicaciones, las que tampoco me habrían servido de mucho, pues me encontré con un laberinto de cubículos sin nada que pareciera una oficina. Era inútil preguntar, los trabajadores del piso estaban cada cual inmerso en su trabajo y ni siquiera me hacían caso. Decidí entonces hacer lo que suelo hacer en estos casos: buscar el baño para reagruparme y pensar en qué fue lo que me había dicho exactamente el guachimán al ingresar.
Buscando el baño llegué a un pasadizo con una puerta que, a diferencia de las otras, parecía más gastada y vieja. Con la confianza que da la completa ignorancia, abrí la puerta para ser impactado por una ráfaga de aire con indudable olor a guardado. Al mirar adentro, descubrí que la habitación estaba semiiluminada por una luz tan vieja como los objetos que pude distinguir: percheros, escritorios de madera barnizada, teléfonos de discado y enormes máquinas de escribir. Debe ser un almacén de objetos en desuso o el archivo, pensé, disponiéndome a cerrar la puerta, cuando un bulto en el que no había reparado me saludó:
- Buenos Días...
Sorprendido, caí en la cuenta de que el bulto era una persona bañada en una vacilante luz amarillenta. A pesar de lo extraño de la situación, no iba a desaprovechar la ocasión de obtener una indicación que me llevara a mi destino, y sobre todo, lejos de ese lugar.
- Ehhh... Buenos Días... Disculpe, ¿Sabe dónde está la oficina del Sr. Sifuentes?
- ¿Señor Sifuentes? No, no lo conozco, debe ser uno de los nuevos...
- ¿De los nuevos?
- Si, de los que llegaron después que nosotros...
La conversación estaba haciendo sonar todas mis alarmas, así que traté de cambiar de tema.
- ¿Qué oficina es esta?
- Esta oficina es la de... ¡Oye, Rogaciano!, ¿Qué oficina es esta?
- ¡Mantenimiento de tarjetas, pues! Dijo otro bulto al fondo de la oficina, este sí en la oscuridad total.
- ¿Y qué hace la oficina de Mantenimiento de tarjetas?
- Bueno, recibimos las tarjetas perforadas de la computadora y las archivamos hasta que se necesiten...
A pesar mío, la curiosidad me invadía y quería saber más de ese misterio.
- ¿Qué? ¿El sistema todavía trabaja con tarjetas perforadas?
-Creo que ya no, porque hace tiempo que no nos llega ninguna...
- Entonces... ¿Qué hacen ustedes todo el día?
- Nada...
- ¿Nada?
- Le explico, Antes todo este piso estaba ocupado por la computadora, pero un día se hizo una reorganización, se cambió el sistema, y despidieron a todos los que trabajaban aquí, menos a nosotros.
- ¿Y por qué fue eso?
- Es que el encargado de hacer la nueva distribución, al hacer el plano, no consideró a esta oficina, que está medio escondida, como Usted ha visto.
- ¿Y no intentaron avisar a los encargados del cambio?
- Claro que sí, pero aquí sólo subían los practicantes contratados, al supervisor no lo vimos nunca. Después nos dimos cuenta de que si en la nueva área de sistemas se daban cuenta que estábamos aquí, nos despedirían también, así que no dijimos nada.
- Y por eso es que...
-Por eso Usted ve que no nos han cambiado el mobiliario, ni los útiles de oficina, ni siquiera los focos del techo...
Por acto reflejo, miré hacia el techo para ver que la luz amarillenta provenía de unos pocos focos incandescentes. El asunto me intrigaba cada vez más.
- Pero... ¿Cómo cobran sus sueldos?
- Eso es fácil... La nueva computadora fue cargada con los datos de la anterior, y como nosotros nunca fuimos despedidos, se siguen girando los cheques de pago...
- ¿Y la gente que los ve entrar a la oficina?
- Ellos nunca nos ven... Están demasiado ocupados con sus propios trabajos.
- Voy a hablar con el Sr. Sifuentes, estoy seguro de que él podrá hacer algo por ustedes...
- No se moleste, joven... La gente aquí lleva tanto tiempo ignorándonos que ya no nos ve, aunque estemos al frente de ellos y les quitemos sus tazas de café ¿No es cierto, Rogaciano?
- Mire joven, aquí en este cajón tengo todo lo que me traigo de afuera… Tengo acá varios vasos de plástico, tijeras, engrampadores... de todo...
- Así es acá, por eso es que le podemos contar todo esto. Sabemos que ya nada va a cambiar...
- Además, ya nos acostumbramos a estar así... Venimos, nos sentamos, conversamos y nos vamos.
- Antes éramos cuatro en esta oficina, pero dos de ellos dejaron de venir. Nunca supimos lo que les pasó.
- Quizá renunciaron, quizá murieron... Simplemente dejaron de venir.
Para ese momento me di cuenta de que mi curiosidad me había llevado demasiado lejos. Demás está decir que para ese momento estaba aterrado, y si había tenido esa larga conversación era porque me había paralizado en mi sitio. Busqué desesperadamente una excusa para salir de esa oficina.
- Ehhh, creo que voy a seguir buscando la oficina del Sr. Sifuentes.
- Adiós, joven, que le vaya bien...
Bajé por donde había venido, completamente olvidado de lo que había venido a hacer, y le conté al guardia de la entrada lo que había pasado. Al instante me rodearon todos los guardias del edificio y llamaron al Jefe de Seguridad.
- ¿Qué ha pasado aquí?
- Aquí el señor se ha encontrado con los empleados fantasmas...
- Disculpe señor - Me dijo el jefe de seguridad - Por favor no esté contando esas historias por aquí... Asusta a la gente, y después los empleados no quieren venir, no quieren quedarse hasta tarde, señor, sea tan amable...
- Pero yo acabo de hablar con ellos, puedo enseñarles la oficina donde están…
- Señor, los fantasmas no existen, los cafés y los útiles de oficina no desaparecen, y no hay voces después de la hora de salida, ahora por favor, salga de las oficinas y no comente nada a los empleados…
Salí del edificio sin saber si lo que había visto eran realmente empleados fantasmas, fantasmas de empleados o empleados olvidados por el avance de la tecnología, si realmente los guardias no los veían o no los querían ver.
Desde entonces no me gusta quedarme demasiado tiempo en la oficina, no sea que yo también me convierta en un empleado fantasma o en un fantasma empleado.
Notable! Me ha encantado!
Me sumo a los aplausos, el relato es genial